cuaderno

tus manos
sin espera,
sin caricias guardadas,

rígidas de piel, sólidas en sangre,

de falanges corrompidas por pétalos de azucenas.

tus manos al fuego que queman el agua
y sospechan que hay algo más allá de esculpir silencios
con indiferencia pautada de habla.
me refugio en tus manos
y solo quiebran la máscara con que distraemos la risa
por esa máscara los momentos épicos en que sólo ansiamos criticar a otros, deglutir bombones sin siquiera saborearlos,
sobrando en despedidas
y despilfarrando nuestro nombre en aduanas
donde canjeamos nuestro pasaporte de acceso a ventanas de sol
por seguir escuchando la misma canción caracol.




nos dispersamos.
la lluvia golpea en ritmo
como si nos dijeramos cosas
sin escucharnos mirar.
solo es voz que acerca hundidos oídos
en noches secas
cuando no se vuelve del mar
y amar es tan delicado.




no sobro,
me agolpo en vísperas de lo prometido de savia
en este árbol sin sol,
sin las nubes que esconden lluvias que no conoceré
si me engaño.

se visten de sobras
y se desvisten en un arrepentirse de lo dibujado.

siento la espera y el desamor,
la urdimbre que aleja el pespunte y la queja
cuando somos melodías sin nombre
cuando hay lugar para escombros
en mochilas desilachadas
de tanto cargar flores.


bolsas de vidrio llenas de escamas
flores filosas que cortan la piel que sangra flores
depositadas en cajones
cargados por mis esclavos arrebatos de deseo,
bajo el látigo del no permitirse el llanto arrojado a la lluvia,
a que se mezcle con charcos chapoteados por mi propio viento.

quiero evitar que la fiebre no deje escapar mi peso libre

quiero escaparme y me sujeto por la cintura
mientras patalean,
suspendidos en el aire,
mis terrores nocturnos
mi estropeado latigazo de hombro suelto
luxado estereotipado

quiero evitar transformarme en señuelo de víctimas inocentes.
en mi propia víctima indecente
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a veces escondo cierto paralelismo entre pergaminos ilustres y lo que queda de mi perdiéndome en la corriente de mis ojos que ya no miran. mentí a los venteveos que engatusaban a las sombras de esqueletos académicos, cariñosos con más de una madre.
no soporté ni una risa que no fuera auténtica, aunque nunca supe realmente ni experimenté en mi flaccida carne que lo auténtico se negocia con el viento zonda.
me salvan todas las flores con perfume, una caricia incondicional, las canciones soñadas y el beso espontáneo de un niño cualquier niño

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